Texto aparecido en el DIARIO EL PAIS
Qué peste de tolerancia, que se te acerca suavemente con sus zapatillas cargadas de razón!
Españoleces: «A rajatabla», «a machamartillo», «verdades como puños»
No hay que tener miedo: el mundo es fuerte y siempre vuelve a la normalidad
(Españolez) En 2002 se declaró la Tomatina de Buñol fiesta de
Interés Turístico Nacional. Interesaba, en efecto, que los extranjeros
vinieran a conocer esta forma de expresión cultural post-moderna, pero
a la vez auténticamente española.
(Tertuliano) Sería una
grave injusticia despojar a las víctimas de su derecho a contemplar el
retorcerse de los cuerpos y oír los alaridos de sus verdugos
abrasándose en el fuego eterno.
(Abstracciones) Es un
error sumamente craso el de seguir diciendo «frías abstracciones»,
cuando es cada día más llamativo hasta qué punto el hierro de la
abstracción se ha vuelto el que más pronto y con más ganas se pone
incandescente.
(Glosa a José María Ridao) Lo más
descorazonador de los políticos es que siempre están empezando, y sin
capacidad para darse cuenta de que todos sus empezares son un volver a
empezar. Con este empezar recurrente se corresponde el que los
gobernados pacientes tiendan a decir una y otra vez «Ahora sí que».
(Obama 2009-glosa al anterior) Lo peor que podría volver a empezar ahora, una vez más, es una Nueva Era.
(Predestinación) Se podría configurar un principium idiuiduationis en
que el constituyente definitivo fuese el destino. La fábula es así: «Ha
de haber para ti un lugar vacío en el infierno; el Criador lo formó
como la celda de un panal el día en que naciste, o mucho antes, si es
que antes te pensó. La celda te está destinada, lo que quiere decir que
espera que la llenes con tu cuerpo mientras Nuestra Señora no te salve
de acabar en ella». El cielo es todo cielo, no hay lugares, panales ni
alveolos; por eso no es Destino, es Salvación. Salvación respecto del
destino, tal como pretendía Walter Benjamin.
(Heraclio) Hace
ya muchos años, yendo yo por los campos y dehesas que desde la
carretera de Piedralaves hacia Pedro Bernardo y Arenas de San Pedro van
bajando, ondulantes, hasta la orilla derecha del Tiétar, vi que me
seguía, como a unos 10 o 12 metros de distancia, sin tratar de
alcanzarme, un perro grande, un mastín, que arrastraba un trozo de
cuerda que traía atado al cuello. Era, evidentemente, un perro
ahorcado, que con su peso había roto la cuerda y había salvado la vida.
¿Qué vida? Aquel andar tan cansado, con la cabeza baja, aquellos ojos
tristes y como entrevelados, ¿podían ser todavía la vida? La confianza
en que aún alguien en el mundo lo acogiese la traía ya tan disminuida
que se me fue quedando lentamente atrás hasta perderme de vista.
(2ª glosa a la glosa a J. M. R.) Los
días, los meses, los años, los siglos, son al fin cantidades de una
misma cuenta, pero las Nuevas Eras son inconmensurables golpes de
decrepitud.
(Confianza) Algunos aprecian la coherencia o
congruencia como una prueba de honradez en la conducta o como una
garantía de verdad en el razonamiento, pero, al cabo, tiene un punto de
vanidad estética: vale poco más que la rima, pero es mucho más
peligrosa.
(Afinidad) La siniestra teoría del «plasma
germinal» guarda, por la razón de la inherente prioridad frente a los
individuos, un cierto parentesco con la concepción sacrosanta de «La
Vida» en las doctrinas del cristianismo, y no sólo del romano.
(El gran comodín)
Esa noción de «el Mal», extrapolada, encarnada y proyectada en el mundo
con jerarquía de Ente, es tan falsa y fraudulenta como la pócima
amarilla, sebosa y pegajosa a la que en el famoso «Processo degli
untori» se atribuyó la peste de Milán, cuando pasaban por esta ciudad
multitud de personas, sobre todo lansquenetes, que huían de la epidemia
de peste extendida al norte de los Alpes. Cuando oigo la palabra el
Mal, ontológicamente enfatizada, me digo: «Ya está ahí la purga de
Benito, se ha terminado la averiguación». Es el gran comodín
ideológico, exorcismo de urgencia para cualquier vacilación moral.
(Equívoco pronominal) Se
ponen como muy arrogantes usando el plural, porque piensan que Nosotros
tiene la ejemplaridad de no ser personal sino solidario, pero Nosotros
es tan persona como Yo, y, si cabe, muchísimo peor persona.
(Españoleces) «A rajatabla», «a machamartillo», «verdades como puños».
(Anacarsis) Cada
vez más ejemplarmente piadosa resulta hoy en día la respuesta del
escita Anacarsis, que visitó Atenas en tiempos de Solón, cuando los
atenienses le preguntaban que por qué no tenía hijos: «Por amor a los
niños».
(Perlas de la lengua) Se encuentran a veces en los textos más modestos como aquel de Las hijas de un sevillano que
cantan las niñas saltando a la comba: «Un día a la más pequeña / le
tiró la inclinación / de irse a servir al rey / vestidita de varón».
¡Pero qué maravilla es esa de «le tiró la inclinación»!
(Creyentes en la inexistencia) Ahora
salen con el eslogan «Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte
y goza de la vida». No sé lo que es hoy en día «gozar de la vida» como
no sea gastar dinero y hacer el mamarracho para sofocar el mortal
aburrimiento de un mundo malvendido. Pero lo malo de la fe no es que
Dios dé preocupaciones, sino todo lo contrario: Dios quita
preocupaciones; Dios inhibe, enajena, insensibiliza, embrutece.
(Tzipi Livni: «Todos deben elegir de qué lado están») Cuando la guerra es escatológica la enemistad entre las partes es una separación divina que sería apóstata infringir.
(Monopolio) Sería
ridículo pensar que con los bombardeos de la Franja de Gaza los judíos
quieren vengarse de Hamás por lanzarles unos cohetes que de cada
centenar sólo uno da en el blanco (es decir, hiere o mata a una
persona); los judíos no se vengan de Hamás, siguen vengándose de la Shoah, pues sólo ellos son los legítimos portadores del victimato: del victimato único y universal, y por lo tanto eterno.
(Se dijo de Euskadi: «No queremos la paz, sino la victoria») Es inútil: no hay indulgencia plenaria más incontestable que la de la victoria.
(La victoria-glosa a Todorov) Esa suciedad de la que os ha lavado la catarsis de la victoria era precisamente lo que más importaba conservar.
(La normalidad) Siempre
he sostenido y aplicado la idea de que las fórmulas verbales más
comunes y estereotipadas expresan a menudo nociones o representaciones
que forman parte del substrato ideológico más cotidiano de una
sociedad. Recurren a manera de tics verbales fijados y consolidados en
acuñaciones literalmente invariables. No hace falta un oído demasiado
suspicaz para detenerse ante una fórmula como «volver a la normalidad»,
hoy cada día más repetida, ¡tantas anormalidades sobrevienen!, y oír en
ella la expresión más profundamente representativa de nuestra sociedad
burguesa, liberal y acomodada. La convicción y la confianza son las de
que hay una normalidad, como un suelo seguro y permanente, una
horizontal de equilibrio, a la que siempre han de volver las cosas tras
los ocasionales disturbios o perturbaciones que se elevan o descienden,
por así decirlo, con respecto al nivel cero de ese pavimento, alterando
la calma e interrumpiendo momentáneamente la constancia y la fidelidad
del mundo. Pero no hay que tener miedo: el mundo es fuerte y siempre
vuelve a la normalidad.
(Glosa a «La normalidad») Fue el enorme talento de Ionesco el que, en su obra La cantante calva,
acertó a poner magistralmente en escena «la normalidad» en estado puro.
El método consistió en no desviar nada, sino en acompañarla hasta su
propia perfección. De modo que, al igual que las agujas del reloj de la
comedia, que daba y volvía a dar siempre las nueve, no necesitó moverse
ni un milímetro de la objetividad, para lo cual se atuvo
escrupulosamente al libro que le había inspirado: un manual de lengua
inglesa que cayó en sus manos, porque quería aprender inglés. Así pues,
como pauta de la conversación del señor Smith y la señora Smith, puede
decirse que, en un sentido real, no se inventó absolutamente nada, sino
que adoptó y siguió rigurosamente por modelo la letra y el espíritu del
tipo de frases pedagógicamente puestas como ejemplo en el manual de
inglés. En efecto, sacada de contexto y oída aisladamente, no hay ni
una sola interlocución en todo el diálogo de los señores Smith que
pueda sonar ya sea, por una parte, absurda, grotesca, estrafalaria o
carente de sentido, ya sea, por otra, original, deliberada, específica,
especializada o subjetivamente intencional; todo es allí común y
cotidiano, todo es profundamente normal, la perfección de «la
normalidad».
(La televisión) Todos se conocen, todos se
tutean, todos se besan, todos se admiran, todos se alaban, todos se
aplauden, todos se adoran. ¡Pero qué mono todo! ¡Qué lindo es el mundo
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